Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el
Veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra
y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto
delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque
aunque tienes poca fuerza, has guardado mi Palabra y no has negado
mi nombre.
He aquí, Yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser
judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, Yo haré que vengan y
se postren a tus pies y reconozcan que Yo te he amado. Por cuanto
has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de
la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para
probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto;
retén lo que tienes para que ninguno tome tu corona.
Al que venciere Yo lo haré columna en el templo de mi Dios y nunca
más saldrá de aquí, y escribiré sobre él el nombre de mi Dios y el
nombre de la Ciudad de mi Dios, la Nueva Jerusalén, la cual
desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias
(Ap.3,7-13).
Y
escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el amén, el
Testigo Fiel y Veraz, el principio de la creación de Dios, dice
esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente ¡Ojalá
fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: ¡Yo soy rico, me
he enriquecido y de ninguna cosa tengo necesidad! Y no sabes que tú
eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.
Por tanto, Yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego,
para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte y que no se
descubra la vergüenza de tu desnudez, y unge tus ojos con colirio
para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues,
celoso y arrepiéntete.
He aquí, yo estoy en la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre
la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo. Al que
venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he
vencido y me he sentado con mi Padre en su trono.
El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias
(Ap.3,14-22).
Después
tuve una visión. He aquí que una puerta estaba abierta en el cielo,
y aquella voz que había oído antes como voz de trompeta que hablara
conmigo, me decía: “Sube acá, que te voy a enseñar lo que ha de
suceder después”.
Al instante caí en éxtasis. Vi que un trono estaba erigido en el
cielo, y Uno sentado en el Trono. El que estaba sentado era de
aspecto semejante al jaspe y a la cornalina; y un arco iris
alrededor del Trono, de aspecto semejante a la esmeralda. Vi
veinticuatro tronos alrededor del Trono, y sentados en los tronos, a
veinticuatro ancianos con vestiduras blancas y coronas de oro sobre
sus cabezas.
Del Trono salen relámpagos y fragor y truenos; delante del Trono
arden siete antorchas de fuego, que son los siete Espíritus de Dios.
Delante del Trono como un mar transparente semejante al
cristal (Ap.4,1-6).
En
medio del Trono, y en torno al Trono, cuatro vivientes llenos de
ojos por delante y por detrás. El primer viviente como un león; el
segundo viviente como un novillo; el tercer viviente tiene un rostro
como de hombre; el cuarto viviente es como un águila en vuelo. Los
cuatro vivientes tienen seis alas cada uno, están llenos de ojos
todo alrededor y por dentro, y repiten sin descanso día y noche:
Santo, Santo, Santo, Señor, Dios todopoderoso, Aquél que Era, que Es
y que va a venir. Y cada vez que los vivientes dan gloria, honor y
acción de gracias al que está sentado en el Trono y vive por los
siglos de los siglos, los veinticuatro ancianos se postran ante el
que está sentado en el Trono y adoran al que vive por los siglos de
los siglos, y arrojan sus coronas delante del Trono diciendo:
“Eres digno, señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y
el poder, porque tú has creado el universo; por tu voluntad, no
existía y fue creado”
(Ap.4,7-11).
Vi
también en la mano derecha del que está sentado en el trono un
libro, escrito por el anverso y el reverso, sellado con siete
sellos. Y vi a un ángel poderoso que proclamaba con fuerte voz:
“¿Quién es digno de abrir el libro y soltar sus sellos? “ Pero
nadie era capaz, ni en el cielo ni en la tierra ni bajo la tierra,
de abrir el libro ni de leerlo. Y yo lloraba mucho porque no se
había encontrado a nadie digno de abrir el libro ni de leerlo. Pero
uno de los ancianos me dice: “No llores; mira, ha triunfado el León
de la tribu de Judá, el Retoño de David; Él podrá abrir el libro y
sus siete sellos” (Ap.5,1-5).
Entonces
vi, de pie, en medio del Trono y de los cuatro vivientes y de los
ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete
ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la
tierra. Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que
estaba sentado en el Trono. Cuando lo tomó, los cuatro vivientes y
los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía
cada uno, una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las
oraciones de los Santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: “Eres
digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y
compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza,
lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un
reino de sacerdotes, y reinan sobre la tierra.”
Y en la visión oí la voz de una multitud de ángeles alrededor del
Trono, de los vivientes y de los ancianos. Su número era miríadas de
miríadas y millares de millares, y decían con fuerte voz: “Digno es
el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza,
la sabiduría, la
fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.”
Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y
del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: “Al que está
sentado en el Trono y al Cordero, alabanza, honor, Gloria y potencia
por los siglos de los siglos.”
Y los cuatro vivientes decían: "amén;" y los ancianos se postraron
para adorar (Ap.5,1-14).
Y
seguí viendo: Cuando el Cordero abrió el primero de los siete
sellos, oí al primero de los cuatro vivientes que decía con voz como
de trueno: "Ven". Miré y había un caballo blanco; y el que lo
montaba tenía un arco; se le dio una corona, y salió como vencedor,
y para seguir venciendo (Ap.6,1-2).
Cuando
abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: "Ven".
Entonces salió otro caballo, rojo; al que lo montaba se le concedió
quitar la paz de la tierra para que se degollaran unos a otros; se
le dio una espada grande (Ap.6,3-4).
Cuando
abrió el tercer sello, oí al tercer viviente que decía: "Ven". Miré
entonces y había un caballo negro; el que lo montaba tenía en la
mano una balanza, y oí como una voz en medio de los cuatro vivientes
que decía: “Un litro de trigo por denario, tres litros de cebada por
un denario. Pero no causes daño al aceite y al vino” (Ap.6,5-6).
Cuando
abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía:
"Ven". Miré entonces y había un caballo verdoso; el que lo montaba
se llamaba Muerte, y el Hades le seguía. Se les dio poder sobre la
cuarta parte de la tierra para matar con la espada, con el hambre,
con la peste y con las fieras de la tierra (Ap.6,7-8).
Cuando abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra?”