Después
vi abrirse en el cielo el santuario, la tienda del testimonio, y los
siete ángeles que tenían las siete plagas salieron del templo
vestidos de lino puro y brillante, y ceñidos con cinturones de oro.
Entonces uno de los cuatro vivientes dio a los siete ángeles siete
copas de oro llenas de la ira de Dios, que vive por los siglos de
los siglos. El Santuario se llenó del humo que salía de la gloria de
Dios y de su poder. Nadie podía entrar en el Templo hasta la
consumación de las siete plagas de los siete ángeles (Ap.15,5-8).
Y oí una voz que salía del Templo y decía a los siete ángeles: “Id y
verted sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios” (Ap.16,1).
El
primero fue y vertió su copa sobre la tierra, y una úlcera cruel y
maligna sobrevino a los hombres que llevaban la marca de la bestia y
adoraban su imagen (Ap.16,2).
El
segundo vertió su copa sobre el mar, que se hizo como sangre de
muerto, y perecieron todos los seres vivientes del mar (Ap.16,3).
El
tercero vertió su copa sobre los ríos y sobre las fuentes de las
aguas, que se convirtieron en sangre. Y oí al ángel de las aguas que
decía: “Tú, el Santo, Aquél que Es y que Era, eres justo y has hecho
justicia: ellos han derramado la sangre de los santos y de los
profetas, y tú les has dado a beber sangre. Se lo merecían”. Y oí
que decía desde el altar:“ Sí,Señor, Dios Todopoderoso, justos y
verdaderos son tus juicios (Ap.16,4-7).
El
cuarto vertió su copa sobre el sol, que envolvió a los hombres en un
fuego abrasador. Los hombres sufrieron terribles quemaduras por el
enorme calor. Y blasfemaron contra el nombre de Dios, que tiene
poder sobre estas plagas en vez de arrepentirse para darle gloria
(Ap.16,8-9).
El
sexto vertió su copa sobre el río grande, el Éufrates, y sus aguas
se secaron, dejando paso libre a los reyes de oriente. Después vi
salir de la boca del dragón, de la bestia y de la del falso profeta
tres espíritus inmundos, como ranas. Son espíritus de demonios que
hacen prodigios y van a reunir a los reyes de toda la tierra para la
guerra del gran día del Dios Todopoderoso.
Mirad vengo como ladrón. Dichoso el que se mantenga vigilante y
conserve sus vestidos. No tendrá que andar desnudo y nadie verá sus
vergüenzas. Y reunieron a los reyes en el lugar llamado en hebreo
Armaguedón (Ap.16,12-16).
El
séptimo ángel vertió su copa en el aire, y salió del templo una voz
potente que venía del trono: Hecho está.
Y hubo relámpagos, fragor y truenos, con un gran terremoto como no
lo hubo nunca de violento desde que el hombre está sobre la tierra.
La Gran Ciudad se abrió en tres partes y las Ciudades de las
naciones se hundieron. Y Dios se acordó de la Gran Babilonia para
darle de la copa del vino de su cólera ardiente. Huyeron todas las
islas y desaparecieron las montañas. Pedriscos enormes – como
adoquines – cayeron sobre los hombres, que blasfemaron contra Dios
por la plaga del granizo, porque esta plaga era muy grande
(Ap.16,17-21).
Después
vi una nube blanca y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre
con una corona de oro en la cabeza y una hoz afilada en su mano.
Salió otro ángel del santuario, gritando con voz potente al que
estaba sentado sobre la nube: “Hecha tu hoz y siega; ha llegado la
hora de la siega, pues está madura la mies de la tierra”.
Y el que estaba sentado sobre la nube echó su hoz sobre la tierra, y
la tierra quedó segada. Salió luego otro ángel del santuario que
está en el cielo, teniendo también una hoz afilada. Salió todavía
del altar otro ángel, el que tiene poder sobre el fuego, y gritó con
voz potente al que tenía la hoz afilada: “Echa tu hoz afilada y
vendimia los racimos de la viña de la tierra pues la uva está
madura.
El ángel echó la hoz afilada sobre la tierra y vendimió la viña de
la tierra y arrojó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios. El
lagar fue pisado fuera de la Ciudad, y del lagar salió sangre hasta
los frenos de los caballos en una extensión de unos trescientos
kilómetros (Ap.14,14-20).
Después
vi al Cordero, que estaba en pie sobre el monte Sión, acompañado de
ciento cuarenta y cuatro mil que tenían escrito en las frentes el
nombre del Cordero y el nombre de su Padre.
Oí una voz que venía del cielo, semejante a la voz de aguas
caudalosas y el ruido de un gran trueno. El sonido que oí era como
el de citaritas que tocan sus cítaras. Cantaba un cántico nuevo
delante del trono, delante de los cuatro vivientes y de los
ancianos. Ninguno podía aprender el cántico, a excepción de los
ciento cuarenta y cuatro mil rescatados de la tierra. Éstos son los
que no se han manchado con mujeres porque son vírgenes; éstos siguen
al Cordero a donde quiera que va; fueron rescatados de entre los
hombres como primicias para Dios y para el Cordero. En su boca no se
ha encontrado mentira, son irreprensibles (Ap.14,1-5).
Vi también unos tronos, y a los que se sentaron sobre ellos les
dieron el poder de juzgar; vi a los que habían sido degollados por
dar testimonio de Jesús y por la Palabra de Dios, los que no habían
adorado a la bestia ni su imagen y no habían aceptado la marca ni en
su frente ni en sus manos. Éstos recobraron la vida y reinaron con
Cristo mil años. Los otros muertos no vivieron hasta que no se
cumplieron los mil años. Ésta es la primera resurrección. Dichoso y
santo el que tiene parte en la primera resurrección; sobre éstos no
tiene poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y
de Cristo, con el que reinarán mil años (Ap.20,4-6).
Vi
un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él; el cielo y la
tierra huyeron de su presencia, sin dejar rastro. Vi a los muertos,
grandes y pequeños, en pie delante del trono. Entonces se abrieron
unos libros y se abrió también otro libro, el libro de la Vida. Los
muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros cada uno
según sus obras. El mar devolvió los muertos que guardaba y cada uno
fue juzgado según sus obras. La muerte y el Hades fueron arrojados
al estanque de fuego: el estanque de fuego es la segunda muerte. Y
el que no fue encontrado escrito en el libro de la Vida fue arrojado
al estanque de fuego (Ap.20,11-15).
Vi
luego otra Bestia que surgía de la tierra y tenía dos cuernos como
de Cordero, pero hablaba como una serpiente. Ejerce todo el poder de
la primera Bestia en servicio de ésta, haciendo que la tierra y sus
habitantes adoren a la primera Bestia, cuya herida mortal había sido
curada. Realiza grandes señales, hasta hacer bajar ante la gente
fuego del cielo a la tierra; y seduce a los habitantes de la Tierra
con las señales que le ha sido concedido obrar al servicio de la
Bestia, diciendo a los habitantes de la Tierra que hagan una imagen
en honor de la Bestia que, teniendo la herida de la espada, revivió.
Se le concedió infundir el aliento a la imagen de la Bestia, de
suerte que pudiera hablar incluso la imagen de la Bestia y hacer que
fueran exterminados cuantos no adoraran la imagen de la Bestia.
Y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y
esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y
que nadie pueda comprar ni vender, si no está marcado con el nombre
de la Bestia o con la cifra de su nombre. (Ap.13,1117).
¡Aquí
está la sabiduría! Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia;
pues es la cifra de un hombre. Su cifra es
seiscientos sesenta y seis
(Ap.13,13-18).
Luego
vi a otro ángel que volaba por lo alto del cielo y tenía una buena
nueva eterna que anunciar a los que están en la tierra, a toda
nación, raza, lengua y pueblo. Decía con fuerte voz: “Temed a Dios y
dadle gloria, porque ha llegado la hora de su juicio; adorad al que
hizo el cielo y la tierra, el mar y los manantiales de agua”. Y un
segundo ángel les siguió diciendo: “Cayó, cayó la Gran Babilonia, la
que dio a beber a todas las naciones el vino del furor” (Ap.14,6-8).
Un
tercer ángel les siguió, diciendo con fuerte voz: “Si alguno adora a
la Bestia y a su imagen, y acepta la marca en su frente o en su
mano, tendrá que beber también del vino del furor de Dios, que está
preparado, puro, en la copa de su cólera. Será atormentado con fuego
y azufre, delante de los santos ángeles y delante del Cordero. Y la
humareda de su tormento se eleva por los siglos de los siglos; no
hay reposo, ni de día ni de noche, para los que adoran a la Bestia y
a su imagen, ni para el que acepta la marca de su nombre”.
Aquí se requiere la paciencia de los santos, de los que guardan los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Luego oí una voz que decía
desde el cielo: “Escribe: Dichosos los muertos que mueren en el
Señor. Desde ahora, sí - dice el Espíritu - que descansen de sus
fatigas, porque sus obras los acompañan” (Ap.14,9-13).
Entonces
vino uno de los siete ángeles que llevaban las siete copas y me
habló: “Ven, que te voy a mostrar el juicio de la célebre "Ramera,"
que se sienta sobre grandes aguas, con ella fornicaron los reyes de
la tierra, y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino
de su prostitución”.
Me trasladó en espíritu al desierto. Y vi a una mujer, sentada sobre
una Bestia de color escarlata, cubierta de títulos blasfemos; la
Bestia tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida
de púrpura y escarlata, resplandecía de oro, piedras preciosas y
perlas; llevaba en su mano una copa de oro llena de abominaciones, y
también las impurezas de su prostitución, y en su frente un nombre
escrito - un misterio-:” La Gran Babilonia, la madre de las rameras
y de las abominaciones de la tierra”. Y vi que la mujer se
embriagaba con la sangre de los santos y con la sangre de los
mártires de Jesús.
Y me asombré grandemente al verla; pero el ángel me dijo: “¿Por qué
te asombras? Voy a explicarte el misterio de la mujer y de la Bestia
que la lleva, la que tiene siete cabezas y diez cuernos”
(Ap.17,1-7).
“La
Bestia que has visto, era y ya no es; y va a subir del abismo pero
camina hacia su destrucción. Los habitantes de la tierra, cuyo
nombre no fue inscrito desde la creación del mundo en el libro de la
Vida, se maravillarán al ver que la Bestia era y ya no es, pero que
reaparecerá (Ap.17 8).
Aquí
es donde se requiere inteligencia, tener sabiduría. Las siete
cabezas son siete colinas sobre las que se asienta la mujer. “Son
también siete reyes”: cinco han caído, Uno Es, y el otro no ha
llegado aún. Y cuando llegue, habrá de durar poco tiempo. Y la
Bestia, que era y ya no es, hace el octavo, pero es uno de los
siete; y camina hacia su destrucción.
Los diez cuernos que has visto son diez reyes que no han recibido
aún el reino; pero recibirán con la Bestia la potestad real, sólo
por una hora. Están todos de acuerdo en entregar a la Bestia el
poder y la potestad que ellos tienen. Éstos harán la guerra al
Cordero, pero el Cordero como es el Señor de Señores y Rey de Reyes,
los vencerá en unión de los suyos, los llamados y elegidos y fieles”
(Ap.17,9-14).