Tocó el primero su trompeta, y fueron
arrojados sobre la tierra granizo y fuego mezclados con sangre. Y se
quemó la tercera parte de la tierra, la tercera parte de los árboles
y toda la hierba
verde (Ap.8,6-7).
Tocó el segundo ángel su
trompeta, y fue arrojado al mar algo que parecía una enorme montaña
envuelta en llamas. La tercera parte del mar se convirtió en
sangre, y murió la tercera parte de las criaturas que viven en el
mar; también fue destruida la tercera parte de las naves (Ap.8,8-9).
Tocó el tercer ángel su trompeta, y una
enorme estrella, que ardía como una antorcha cayó desde el cielo
sobre la tercera parte de los ríos y sobre los manantiales. La
estrella se llama Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se volvió
amarga, y por causa de esas aguas murió mucha gente (Ap.8,10-11).
Tocó el cuarto ángel su trompeta, y fue
oscurecida la tercera parte del sol, de la luna y de las estrellas,
de modo que se oscureció la tercera parte de ellos. Así quedó sin
luz la tercera parte del día y la tercera parte de la noche. Seguí
observando, y oí un águila que volaba en medio del cielo y gritaba
fuertemente: ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay de los habitantes de la tierra cuando
suenen las tres trompetas que los últimos tres ángeles están a punto
de tocar!” (Ap.8,12-13).
Tocó el quinto ángel su
trompeta y vi que había caído del cielo a la tierra una estrella, a
la cual se le entregó la llave del pozo del abismo. Lo abrió, y del
pozo subió una humareda, como la de un horno gigantesco; y la
humareda oscureció el sol y el aire (Ap.9,1-2).
De la humareda descendieron
langostas sobre la tierra, y se les dio poder como el que tienen los
escorpiones de la tierra. Se les ordenó que no dañaran la hierba de
la tierra, ni ninguna planta ni ningún árbol, sino solo a las
personas que no llevaran en la frente el sello de Dios. No se les
dio permiso para matarlas sino solo para torturarla durante cinco
meses. Su tormento es como el producido por la picadura de un
escorpión. En aquellos días la gente buscará la muerte, pero no la
encontrará; desearán morir, pero la muerte huirá de ellos
(Ap.9,3-6).
El aspecto de las langostas
era como de caballos equipados para la guerra. Llevaban en la cabeza
algo que parecía una corona de oro y su cara se asemejaba a un
rostro humano. Su crin parecía cabello de mujer, y sus dientes eran
como de león. Llevaban coraza como de hierro, y el ruido de sus alas
se escuchaba como el estruendo de carros de muchos caballos que se
lanzan a la batalla.
Tenían cola y aguijón como
de escorpión; y en la cola tenían poder para torturar a la gente
durante cinco meses. El rey que los dirigía era el ángel del abismo
que en hebreo se llama Abadón y en griego Apolíon.
El primer ¡ay! Ya pasó,
pero vienen todavía
otros dos
(Ap.9,7-12).
Se desató entonces una batalla en el cielo:
Miguel y sus ángeles combatieron al dragón; éste y sus ángeles, a su
vez, les hicieron frente, pero no pudieron vencer y ya no hubo lugar
para ellos en el cielo. Así fue expulsado el gran dragón, la
serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, y que engaña al
mundo entero. Junto con sus ángeles, fue arrojado a la tierra
(Ap.12,7-9).
El dragón es el pecado. En el cielo no
cabe el pecado: fue expulsado.
Estos tres nombres que se citan, la
serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, están
confirmando las tres formas diferentes que tiene
el mal de atacar, Y como dije antes, están señalando
el aspecto, el perfil de las langostas, del
mal.
La serpiente antigua es el demonio,
celoso de la gloria en la que vivíamos en el Paraíso, que nos hizo
el peor de los daños, origen de todos los demás que nos han
sobrevenido.
Los otros dos nombres: el diablo y Satanás,
tienen la misma denominación que la que ya fue explicada en la
página anterior.
Todas estas tres formas de atacarnos llevan en
sí implícitas el engaño, porque la maldad siempre actúa a través del
engaño. Simplemente son matices diferenciales que a través de la
historia, generalmente, hemos ido usando por costumbre, sin quizás
percatarnos de estas diferencias; pero esta trompeta desvelada, nos
clarifica también esto. Para gloria de Dios sea, y nos ayude a estar
más alerta para no dejarnos engañar.
Estas palabras que siguen, nos animan a
defendernos de todo ataque del mal, por la fe en Cristo, nuestro
Salvador, pues con Él ya lo hemos vencido; sólo hemos de estar
despiertos y acogernos a su gracia. Así se nos explica en los
siguientes versículos:
Luego oí en el cielo un gran clamor: “Ha
llegado ya la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios; ha
llegado ya la autoridad de su Cristo. Porque ha sido expulsado el
acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche
delante de nuestro Dios. Ellos lo han vencido por medio de la sangre
del Cordero y por el mensaje del cual dieron testimonio; no
valoraron tanto su vida como para evitar la muerte. Por eso,
alégrense cielos, y ustedes que los habitan. Pero ¡ay de la tierra y
del mar! El diablo, lleno de furor, ha descendido a ustedes porque
sabe que le queda poco tiempo” (Ap.12,10-12).
Se dice que al diablo le queda poco
tiempo, refiriéndose a los tiempos finales, y se dice que es el
diablo el que ha descendido a ustedes porque sabe que le
queda poco tiempo. Es la forma “divertida” de atacar, de
engañarnos; es seducirnos con el mundo de los placeres mundanos,
abocarnos a vivir a tope la vida de aquí sin mirar el espíritu, lo
que día a día prolifera más. Es como una espiral que cada vez va
desarrollándose más, como una imponente avalancha que trata de
arrollar los valores del espíritu. ¿Hasta dónde?
Veremos con el anuncio de la sexta trompeta, la
próxima, que no será mucho más, pues, para eso Dios envía con sus
avisos a sus ángeles, y a sus profetas como instrumentos de su
poder, para vencer todos los ataques del mal.
Tocó el sexto ángel su trompeta, y oí otra
voz que salía de entre los cuernos del altar de oro que está delante
de Dios. A este ángel que tenía la trompeta, la voz le dijo: “Suelta
a los cuatro ángeles que están atados a la orilla del gran río
Éufrates” (Ap.9,13,14).
La voz que pregona la Verdad sale del altar,
"lugar" de las ofrendas, "lugar" en el que están representadas todas
las vidas ofrendadas, entregadas, de los que se han salvado porque
siguieron el camino de Cristo, el Cordero inmolado por todos
nosotros. Los cuernos son los medios por los que se pregona
la Verdad, por los que nos llega la Verdad. Son cuatro los que
pregonan al unísono, como una sola voz, porque la Verdad es una
(Jn.16,13). La Verdad, que ahora se pregona al completo, como
indica el que sean cuatro los cuernos. Nos quiere hacer ver
esta visión que nos llega la Verdad desde todos los ángulos (desde
los cuatro puntos cardinales) como para preparación de ese final que
será glorioso, después de la gran tribulación, del tiempo de
confusión ya anunciado. Y es para este momento de tribulación para
lo que se proclama al máximo la Verdad, como nunca antes se había
proclamado, y conforme ya había sido predicho por Jesús: “Pero
primero el evangelio será anunciado a todos los pueblos”
(Mc.13,10).
Y para ello, esa voz que sale del altar, porque
es precisamente para la humanidad entera el aviso, dice que
suelte a los cuatro ángeles que están atados a la orilla del gran
río Éufrates (es el mismo río que ya se nombró como parte del
Paraíso). Ese gran río, que es agua que limpia, la Verdad que nos
purifica, que nos hace libres, el Amor que nos da la Vida en Dios y
cuanto es en Dios; ahí, a la orilla del gran río están atados
esos ángeles.
Habrían de venir aún ángeles que estaban atados, como guardando la Verdad completa que nos llega para preparar ese final glorioso. Estos ángeles que ahora son soltados van a completar lo que
aún nosotros no habíamos podido recibir porque
no nos habíamos abierto completamente a recibir; por nuestra
cerrazón, por la dureza de nuestro corazón, tardo en entregarse
completamente a Dios, y tal vez, conforme con vivir a medias entre
el mundo y Dios. Jesús les dijo a sus discípulos en su discurso de
despedida: “Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no
estáis capacitados. Cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os
guiará a la Verdad completa, pues no os hablará por su cuenta, sino
que os dirá lo que ha oído y anunciará las cosas venideras”
(Jn.16,13). Y todos conocemos cómo el Espíritu Santo se manifestó
prodigiosamente sobre los apóstoles. Y entendieron las
Escrituras. Y comprendieron lo que en el Antiguo Testamento los
profetas habían anunciado acerca de Jesús: que Jesús es el Mesías
prometido.
Aquéllos discípulos, tan cerca de Jesús,
estaban en un momento que no podían recibirlo todo. Y esto es lo
mismo que a nosotros nos ha pasado. Pero esta profecía nos dice que
los cuatro ángeles que estaban atados son soltados,
para darnos a entender que aquella profecía del profeta Joel
comienza a realizarse: todos profetizarán (Jl.3,1ss). Hemos de abrir
nuestros corazones, nuestros oídos, para recibir, y nuestras bocas
para proclamar cuanto Dios quiere hoy hacer llegar hasta los
confines de la Tierra.
Estos ángeles que son soltados, son los
que inspiran a los profetas para que a través de ellos llegue la
Verdad a todos: “Él enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y
reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de
los cielos hasta el otro” (Mt.24,21). Y esos profetas son los que
van pregonando al Dios Vivo, al Dios que está en medio de nosotros,
que no está lejos, sino en cada uno que le abre su corazón;
porque” Él está a la puerta y llama para entrar y cenar con
nosotros” (Ap.3,20). Estos ángeles anunciadores llegan para un
momento preciso, porque se dice que:
Así que los cuatro ángeles que habían sido
preparados precisamente para esa hora, y ese día, mes y año,
quedaron sueltos para matar a la tercera parte de la humanidad.
(Ap.9,15).
Este momento preciso, es el de la gran tribulación final. Llega la
hora de que sean soltados los ángeles que estaban atados para
nosotros, porque vivían junto a la gloria de Dios, que es el gran
río, y vienen a matar. Este matar se refiere a que
cuando recibimos la Verdad nosotros morimos a nosotros mismos, a
todo lo que habíamos sido, a todo lo que habíamos vivido, porque la
Verdad entra en nosotros y nos convertimos. Y se produce ese “morir
del hombre viejo” y ese “nacer del hombre nuevo” como dijo Jesús a
Nicodemo, maestro de la Ley (Jn.3,8).
Por eso, esa fecha de hora, día, mes, y año,
es a nivel de cada uno que renace, y es a gran nivel, porque serán
muchos los convertidos en esa gran tribulación final. Siempre que en
el corazón del hombre se dé el arrepentimiento y la conversión
radical, éste nace de nuevo. Por esto se dice que los ángeles vienen
a matar. Que son los ángeles los que inspiran a los elegidos
para que ellos proclamen la Verdad, se vuelve a confirmar en el
versículo siguiente:
El número de su tropa de caballería era de
doscientos millones; pude oír su número. Así vi en la visión los
caballos y a los que los montaban: tenían corazas de color de
fuego, de jacinto y de azufre; las cabezas de los caballos como
cabezas de león y de sus bocas salía fuego y humo y azufre
(Ap.9,16-17).
Los doscientos millones, profetizan la
Verdad de la salvación, son los profetas. ¡Un gran ejército
de Dios, iluminado para proclamar! El número es simbólico, que nos
indica que han sido y serán muchos los portadores de la Verdad, los
que viviendo en Dios son Luz para los demás; pero son también
hombres imperfectos por lo que aquí se dice de ellos que sus
caballos (en lo que cabalgan) y ellos mismos, tenían
corazas de color de fuego, de jacinto y de azufre. Los caballos
ya hemos visto que simbolizan todo aquello en lo que nosotros
vivimos, en lo que ellos viven: sus proyectos, ideales, metas, su
propia realidad humana, con sus propias aptitudes y actitudes,
defectos, creencias etc. Y ellos y sus caballos tenían corazas de
color de fuego jacinto y azufre. Veamos el simbolismo de éstos
colores en los profetas y en su misión, en la obra que Dios les
inspira:
El fuego es el Amor. Están protegidos
por el Amor; son hombres de Dios, llevan una coraza que los
defiende: el Amor de Dios en sus corazones.
El color del jacinto, una flor sencilla,
olorosa, bella: una vida sencilla, tal como Dios la da, humilde; son
hombres que viven una Vida en Dios pero también caen. Y por ello
el azufre que es el lado malo, sus propios fallos, los
contratiempos en su misión, por lo que precisan siempre discernir
entre el bien y el mal, tanto para ellos mismos como para la misión
que tienen encomendada y así permanecer en la línea de lo que Dios
quiere de ellos. El mal está al acecho para echar abajo toda obra de
Dios.
Los profetas son también
vulnerables al mal. Por eso van sobre caballos que tenían como
cabezas de león, pero que no son realmente cabezas de león,
sino "como" si fueran de león. Quiere decir que en todo
aquello sobre lo que ellos “cabalgan” no tienen poder absoluto
(igual que se dijo de las langostas). Si el león es el rey de la
selva, ellos no tienen dominio absoluto sobre sí mismos ni
sobre las circunstancias, en el sentido espiritual. Ellos son
hombres como todos. Pero a pesar de ello cabalgan llevados por la
fuerza que, como el león, los hace ser testigos, fortalecidos
por el Amor de Dios (el fuego) la vida sencilla (el
jacinto) y su propia humanidad que los arrastra al mal, a errar,
y que han de ir dominando siempre (el azufre). Y eso que
ellos viven es lo que llevan a los demás. Son los profetas
portadores de la Palabra:
La tercera parte de la humanidad murió a
causa de las tres plagas de fuego, humo y azufre que
salían de la boca de los caballos (Ap.9,18).
El fuego, el humo y el azufre ahora se
les llama plagas para hacernos ver su efecto purificador.
Aquí, ese morir, se refiere a que su testimonio es efectivo, que
la conversión llega a otros a través de estos profetas que
testimonian que a pesar de todas sus limitaciones humanas, por
encima está el poder inmenso del Amor de Dios; que hemos de
llenarnos de ese Amor y llevarlo a los demás, y que el Amor
transforma, limpia y salva; para que nadie tema a su propia
debilidad sino que confíe en el poder inmenso del Amor de Dios,
cuando se le busca y se vive en la entrega a Él.
Y ese Amor, que convierte y salva, es fuego,
y cuando prende, quema y echa humo. Son las conversiones. El
ejemplo de su propia conversión, todo lo que se quema de ellos, es
testimonio que llega a los demás y los ayuda a convertirse también.
Es decir, el fuego purifica, transforma, libera y convierte. Es el
Amor que es vivido y recibido por los demás.
No hay hombre que tenga una vida completamente
perfecta, y los profetas también yerran y pecan. Este testimonio de
cómo sus propias vidas son tan humanas como la de todos los demás,
pero que en ellos el Amor de Dios todo lo transforma, es la Verdad
que llega a otros y los hace también cambiar. Es la misión de los
profetas.
Porque el azufre, simboliza como en el
versículo anterior, lo malo, lo que hay que erradicar, lo que hay
que curar: las heridas de sus caídas en esta lucha en la que también
ellos viven, a pesar de ser los profetas.
Y eso, que es un testimonio que proclaman porque sale de sus bocas
otros lo comprenden, de que aún siendo elegidos son tan vulnerables
como todos los hombres, eso es lo que aquí se dice que llega a los
demás; y que con ello (con el fuego, el humo y el azufre) la
tercera parte de la humanidad murió.
Y así con este Amor inmenso que Dios pone en
ellos, y con todas las flaquezas de su propia condición humana,
“cabalgan” estos profetas. Y esta dualidad que confluye en ellos, se
expresa en el siguiente versículo:
Porque el poder de los caballos radicaba en
sus bocas y sus colas; pues sus colas semejantes a serpientes tenían
cabezas con las que hacían daño (Ap.9,19).
El poder en sus bocas es la Verdad que
van proclamando, como decía el versículo anterior, el poder de la
Palabra, el poder del Evangelio, del Amor que fluye a través
de ellos, porque grande es el Señor que los unge, los levanta y
sostiene. Pero ese poder no cabalga libre, sino limitado a su
condición de hombres, sujetos a las tribulaciones, como ya hemos
dicho. Y eso se refleja en su misión, vulnerable al daño que otros
puedan inferirle, porque toda obra de Dios es atacada por el mal que
usa a los propios hombres. Es lo que arrastran en sus colas
semejantes a serpientes. Por eso se dice que el poder
está también en sus colas. Si el poder que se les ha dado en
sus bocas es para hacer el bien, proclamar y bendecir, y que
se puedan otros salvar a través de la Palabra que proclaman, en
cambio, el poder que arrastran en sus colas es todo lo contrario:
sus colas semejantes a serpientes tenían cabezas con las que hacían
daño.
Las cabezas en sus colas son sus propios
pecados que provocan los errores en su misión y que los dañan a
ellos mismos; pero también dañan a todos los que puedan
escandalizarse de que en la misión, los profetas puedan tener
fallos. Y además, el daño directo que pueda afectar a aquéllos que
sean objeto de la maldad que ellos cometan. Los profetas están en la
misma lucha en que todos nos encontramos. Y nosotros, y ellos, hemos
de escuchar las palabras de Jesús cuando nos dice: “No juzguéis y no
seréis juzgados (Mt. Porque con la misma medida con la que midáis
seréis medidos” (Mt.7,12).
Aún así, muchos los escuchan, los ven en su verdadera dimensión de hombres al servicio de Dios, y toman la Verdad de la que ññññññññojojojojoç````